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El enfoque ancestral

Foto del escritor: Daniel CastilloDaniel Castillo

La palabra “ancestral” usualmente evoca a las civilizaciones antiguas como los egipcios o las culturas mesopotámicas que existieron hace más de 5,000 años. O tal vez, recuerda a las culturas indígenas que empezaron a llegar a nuestro continente americano aproximadamente hace 30,000 años. Pero en realidad nuestros primeros ancestros homo sapiens empezaron a rondar nuestro planeta desde hace más de 300,000 años. Adicionalmente, nuestros antepasados homo erectus aparecieron hace aproximadamente 1,800,000 años y, para ese entonces, ya vivían en comunidades con estructuras sociales, se comunicaban emitiendo sonidos, fabricaban herramientas, dominaban el fuego y cazaban en grupos organizados. De hecho, el linaje humano se separó hace aproximadamente 6 millones de años del linaje de los chimpancés y bonobos en las planicies africanas.

​Al considerar estos números, es evidente que lo que conocemos como historia es tan solo una parte muy pequeña de todo nuestro paso por la tierra como especie. En particular, la introducción de la agricultura se dio hace aproximadamente 10,000 años, es decir en el último 3% de nuestra existencia como homo sapiens. Si tenemos en cuenta al homo erectus, este porcentaje se reduce al 0.5%. Como se explicará más adelante, este hecho marcó un cambio dramático para nuestra especie en muchos aspectos. Para bien y para mal.


Antes de la agricultura, nuestros ancestros vivían en tribus de no más de 150 personas, donde todos se conocían e interactuában como una gran familia. De hecho, el concepto de familia nuclear y matrimonio no existía y los niños eran hijos de toda la tribu. Las sociedades eran estrictamente igualitarias y el rol de las mujeres era tan importante como el de los hombres, aunque cada quién tenía funciones específicas. Eran nómadas y vivían sin demasiada planeación hacia el futuro; cazando, recolectando, compartiendo con la tribu y descansando. Tenían pocas posesiones y la naturaleza era su hogar. Su dieta se basaba principalmente en caza de animales grandes debido a su alto contenido de grasa, energéticamente densa, y por sus órganos, fuentes incomparables de nutrientes. Esto lo complementaban con frutos y algunas raíces y tubérculos. Vivían constantemente en el momento presente y sus días estaban llenos de actividad física y comunidad. Había tantos recursos que las rencillas entre tribus eran mínimas y fue una gran época de abundancia y estabilidad.

Existe una creencia muy arraigada acerca de la esperanza de vida en esta época. Se dice que en general las personas vivían muchos menos años, pero esto es una malinterpretación de los datos. Es verdad que la esperanza de vida promedio era mucho más baja que la actual, pero esta cifra incluye las muertes infantiles durante el parto y las muertes prematuras por infecciones, accidentes de caza y desastres naturales. Gracias a la ciencia y la medicina moderna se ha logrado disminuir significativamente estas causas y por esta razón el promedio es mucho más alto hoy en día. No obstante, lo interesante es que se ha demostrado que las personas que lograban sobrevivir a tales causas en los tiempos paleolíticos lograban superar los 80 años.

Pero entonces, hace 10,000 años entró la agricultura en escena y lo cambió absolutamente todo. Las tribus ya no tenían que desplazarse continuamente para cazar y recolectar y esto les permitió asentarnse en lugares estratégicos, acumular riquezas y protegerlas. Esto inevitablemente conllevó una jerarquización frente a la posesión de la tierra y la creación de castas sociales. También se rompió el balance entre los sexos y en la mayoría de las culturas el poder lo asumieron los hombres y relegaron a la mujer a un papel procreativo. Se creó la propiedad privada y las personas empezaron a especializarse. Este nuevo orden permitió la optimización de recursos y liberó tiempo para el pensamiento, la innovación y la creación de mayor riqueza. Las cosas nunca iban a volver a ser como antes.

​La calidad de la alimentación disminuyó dramáticamente. Se empezaron a consumir cantidades muy elevadas de trigo, cebada y otros cereales que, además de ser nutricionalmente muy pobres, ahora sabemos que tienen la capacidad de generar daños a la pared intestinal y fomentar la inflamación crónica. Nuestra especie nunca se había alimentado con semillas de pastos y simplemente no teníamos la maquinaria biológica para procesarlos. Los datos arqueológicos muestran como a partir de ese entonces la estatura promedio de los humanos empezó a disminuir, así como la calidad de sus dientes y huesos. Incluso se ha comprobado que el tamaño promedio del cerebro empezó a disminuir, lo cual está alineado con la teoría de que fue el acceso a la carne, vísceras y grasa animal lo que propició la densidad nutricional suficiente para que nuestros cerebros pudieran crecer en respuesta al uso de herramientas y la introducción del lenguaje complejo.

​Por un lado, la agricultura nos dio acceso a una fuente virtualmente ilimitada de calorías, pero por otro, éstas tenían una muy baja calidad nutricional. Esto fue suficiente para hacer que la población creciera exponencialmente, pero disminuyó significativamente su salud y esperanza de vida. Nuestros genes aún seguían estando programados para los entornos nómadas preagriculturales, pero ahora el ambiente era totalmente distinto. El problema es que a la evolución le toma muchísimo tiempo ponerse al día.

Saltando 10,000 años al presente, hemos desarrollado algunos cambios genéticos para adaptarnos, pero en esencia seguimos siendo los mismos humanos adaptados para la vida nómada de cazadores recolectores. Seguimos inmersos en sociedades sedentarias, altamente dependientes de la agricultura, pero ahora con el agravante de que la tecnología nos permitió acceder a nuevos alimentos procesados previamente desconocidos. Los aceites refinados y margarinas desarrollados a mediados del siglo pasado inundaron el mercado de la comida y ahora están presentes en todas partes. Los azúcares y harinas refinadas y aditivos químicos abundan. La gente cada vez se mueve menos y ha perdido el contacto con su propio cuerpo y la naturaleza. Nos enseñan rutinariamente a tenerle miedo a la carne, a las grasas animales y al sol. Nuestros ambientes controlados nos hacen débiles y no invitan a nuestros cuerpos a adaptarse y a ser resilientes. Las enfermedades crónicas y mentales crecen cada año y cada vez somos más obesos y diabéticos.

​Ante este panorama desesperanzador surge el enfoque ancestral que busca mirar al pasado para recordar cómo vivían nuestros ancestros para corregir nuestros entornos y tomar decisiones que nos permitan alinearnos con nuestros genes de la mejor manera posible sin renunciar necesariamente a todos los beneficios de la vida moderna. Es un hecho que nuestra base alimenticia tiene que cambiar y que tenemos que darle a nuestro cuerpo aquello para lo cual evolucionó. Debemos aceptar que el hombre es un animal omnívoro y construir dietas con preferencia hacia los productos animales y complementos de frutos y vegetales no procesados. También tenemos que volver a movernos a lo largo del día, honrar el descanso y el sueño, conectarnos con la naturaleza, volver a disfrutar del sol, conectarnos en persona con nuestra tribu y encontrar trabajos significativos que nos hagan crecer y en los cuales encontremos plenitud y la satisfacción de contribuir a los demás.

Este es exactamente el enfoque que yo utilicé para recuperar mi salud y ahora es el fundamento para tomar mis decisiones de vida y para aconsejar y guiar a mis clientes hacia la salud y la plenitud. Si quieres adentrarte en este mundo y probar el estilo de vida ancestral estás en el lugar correcto. Anímate a agendar una cita de prueba y hagamos un viaje al pasado.

Recursos:

- Serie sobre nuestros ancestros homíninos

- Podcast sobre antropología y dietas ancestrales carnívoras

Libros recomendados:

- Sex at Dawn

- The Carnivore Code

- The Paleo Cure


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